Basílides de Astorga

Basílides fue un eclesiástico hispanorromano, obispo libelático de León y Astorga a mediados del siglo III.

Las únicas noticias históricas acerca de este personaje proceden de la epístola n.º 68 del obispo Cipriano de Cartago.[1]​ Según ésta, hacia el año 249 Basílides era obispo católico de la diócesis de Astorga, que por aquel entonces incluía el territorio de la actual sede de León.[2]​ En enero del 250, siendo procónsul Aspasio Paterno, el emperador Decio promulgó un edicto decretando la persecución contra los cristianos y Basílides, «estimando en más la salud perecedera del cuerpo que la del alma perpetua»,[3]​ adquirió un libellus, un documento expedido por las autoridades romanas por el que su poseedor, a cambio de una cantidad económica, quedaba exento de la persecución. El gesto de Basílides estaba reputado como un grave delito por la comunidad cristiana: el libelático no estaba obligado a adorar a los dioses paganos, pero negaba a Cristo cuando debiera confesar su religión, y no siendo perseguido por los que acosaban a los cristianos, quedaba fuera de éstos en el concepto público.[4]​ Por las mismas fechas el obispo Marcial de Mérida se hallaba en la misma situación.[5]

Habiendo caído enfermo, Basílides renegó de Dios, pero tras arrepentirse aceptó recibir la eucaristía como lego y acatar la decisión de los prelados que entendían en su proceso canónico. Los obispos comarcanos designaron a Sabino como nuevo obispo de Astorga; Basílides, ofendido por su destitución, reclamó al papa Esteban I, y ocultándole subrepticiamente los detalles de su deposición, consiguió que le fuese restituida la diócesis.

Los obispos que habían entendido en la causa y los feligreses de la diócesis asturicense, sorprendidos por la decisión papal, apelaron a los obispos del norte de África; Cipriano de Cartago reunió un concilio de 36 obispos en el que se determinó la expulsión de Basílides y Marcial. Se desconoce el destino de ambos; se supone que la Santa Sede, mejor informada de los detalles, dio la razón a los obispos africanos y mantuvo a Sabino en la cátedra episcopal.[6][7]

Referencias

  1. Reproducida por Enrique Flórez en España sagrada, vol. IV, p. 271-274.
  2. E. Flórez: España sagrada, vol. XVI, pp. 70-71 (1762).
  3. Gil González Dávila: Theatro eclesiástico de las ciudades e iglesias catedrales de España, tomo I, pp. 192-196.
  4. Pedro Rodríguez López: Episcopologio asturicense, tomo II, pp. 75-80.
  5. E. Flórez: España sagrada, vol. XIII, pp. 133-139.
  6. Marcelino Menéndez Pelayo: Historia de los heterodoxos españoles, libro I, cap. II.
  7. Matías Rodríguez Díez: Historia de la muy noble, leal y benemérita ciudad de Astorga, p. 318.
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